LA
PUERTA DE ENFRENTE
La luz que proveía del reflejo de la ventana
incidía en mi ojo con frenesí, eran las 5 de la tarde de un miércoles y mi
cuerpo supuraba agua debido a las altas temperaturas que ofrecía aquel verano
en Hawaii. Despegarme de las sábanas era uno de los retos más difíciles que me
solían surgir cuando no trabajaba en el servicio de telefonía erótica
“AllóNatasha”. Siempre me habían dicho
que mi voz era algo que iba mucho más allá de la harmonía, y es que era capaz
de reavivar hasta las vergas más moribundas con un mi voz melodiosa y unas palabras
claves, como si de un don se tratara. Mi propósito de levantarme de mi siesta
rutinaria de verano era simple y tenía nombre muy rural, Warren. Era un chico
que había salido de una pequeña finca a las afueras de Hawaii, aquellas zonas
que nunca salía en las revistas ni en los anuncios, aquella zona que existe en
todos las ciudades y que demuestran su decadencia. Warren había acudido al
ejército con tan solo 10 años porque su padre empeñado en forman un campeón lo
había aplastado y humillado hasta que se convirtió en la envidia del la
cuadrilla, por sus músculos, su espalda, su inteligencia y su notable y
palpitante miembro, pero claro, que
sabría el de mí, al ser un chico tan callado y serio apenas había podido
rescatar información de él y su pasado, de sus gustos y de nada que pudiera
ayudarme e hablar con él. Solo sabía que a esa hora, la hora punta que el sol
me servía de alarma para levantarme, salía al pasillo que se encontraba entre
nuestras puertas, que chocaban de frente, para hacer rutinas de ejercicio que
por algún motivo que desconocía, siempre hacía ahí.
Mi intención no era mirarlo como si estuviera
viendo la nueva gama de consoladores que había lanzado “PlatanoMelón” una
semana antes, pero la única realidad verídica que había en ese momento era que
de un momento a otro la puerta de enfrente se abriría y yo ya estaba con los
puños cerrados esperando mientras apartaba la cortina de la ventanita de las
que disponían todas las entradas del edificio.
Habían pasado apenas segundos cuando la
puerta se tornó y un chico de pelo rapado, rubio, de ojos azules petado cual
bombona y que si se ponía de lado ocupaba todo el pasillo, salía en su
vestimenta de militar para disponerse a estar todavía más duro y tieso de lo
que ya estaba. Solo había una cosa que debía hacer para que mi plan siguiera la
rutina usual y era disimular mi encantamiento cuando veía rebotar su varita
chocolatina “Lion” contra el envoltorio al correr. Nunca me había pillado observándole
ya que solía hacer quehaceres sencillos mientras me comía esa barrita con la
mirada. Pero esa vez fue diferente porque a medida que corría de manera
sucesiva a lo largo del pasillo se saco la camiseta y la tiró justó en el pomo
de mi puerta, puerta que por costumbre cuando estaba en casa no cerraba con
llave. Fue entonces cuando se percató de que la puerta se estaba abriendo por
culpa de su acción y en un intento de remediarlo me pilló con las manos en la
chocolatina, o más bien con la mirada. No fueron necesarias muchas más
explicaciones puesto que abrió la barrita como si nada.
Habían pasado apenas segundos cuando la
puerta se tornó y un chico de pelo rapado, rubio, de ojos azules petado cual
bombona y que si se ponía de lado ocupaba todo el pasillo, salía en su
vestimenta de militar para disponerse a estar todavía más duro y tieso de lo
que ya estaba. Solo había una cosa que debía hacer para que mi plan siguiera la
rutina usual y era disimular mi encantamiento cuando veía rebotar su varita
chocolatina “Lion” contra el envoltorio al correr. Nunca me había pillado
observándole ya que solía hacer quehaceres sencillos mientras me comía esa
barrita con la mirada. Pero esa vez fue diferente porque a medida que corría de
manera sucesiva a lo largo del pasillo se saco la camiseta y la tiró justó en
el pomo de mi puerta, puerta que por costumbre cuando estaba en casa no cerraba
con llave. Fue entonces cuando se percató de que la puerta se estaba abriendo
por culpa de su acción y en un intento de remediarlo me pilló con las manos en
la chocolatina, o más bien con la mirada. No fueron necesarias muchas más
explicaciones puesto que abrió la barrita como si llevara 3 meses sin comer
azúcar y con un fuerte empujón me dejó contra la puerta de su piso mientras me
acorralaba con una mano y con la otra cerraba la puerta del mío. Ahí estábamos
Warren y yo, aguantándonos las miradas, él era un chico enigmático que no solía
intercambiar muchas palabras con nadie que le conociera o que fuera
completamente desconocido, pero su voz grave hizo que las paredes retumbarán
contra mi espalda y se activara mi instinto de azúcar aún más. Mientras me
miraba cuál chico que llevaba en abstinencia sexual 3 meses me preguntó -¿Te
gusta mirar Natasha?- Desde luego ese no era mi nombre pero estaba claro que
sabía a que me dedicaba porque ni una casualidad tan grande podrían haber
borrado la sonrisa perversa que se le dibujo en la cara.
-Warren, que est…-
- No me llames Warren, llámame Guarro-
Entonces me giró duramente contra la pared mientras me quitaba la camisa y me agarraba como si fueran una pelota antiestrés las pera. No paraba de preguntarme, -¿Te gusta el frutifantástico eh, Natasha?- -¿Cuál es tu futa favorita?- Pero no me daba tiempo a responderle porque estaba demasiado concentrada en su juego de manos. El aprovechaba y baja sus pantalones lentamente y cuando su juiciosa tarea estaba terminada comenzaba a bajarme a mí el pantalón corto del pijama. Ese día llevaba las bragas de Hello Kitty puestas pero no puedo verlos porque había bajado el pantalón y las bragas a la vez, dándome a entender que no estaba dispuesto a esperar. Fue entonces cuando grito, -ALMAI-