jueves, 10 de noviembre de 2022

HISTORIA NOPOR

 

LA PUERTA DE ENFRENTE

La luz que proveía del reflejo de la ventana incidía en mi ojo con frenesí, eran las 5 de la tarde de un miércoles y mi cuerpo supuraba agua debido a las altas temperaturas que ofrecía aquel verano en Hawaii. Despegarme de las sábanas era uno de los retos más difíciles que me solían surgir cuando no trabajaba en el servicio de telefonía erótica “AllóNatasha”.  Siempre me habían dicho que mi voz era algo que iba mucho más allá de la harmonía, y es que era capaz de reavivar hasta las vergas más moribundas con un mi voz melodiosa y unas palabras claves, como si de un don se tratara. Mi propósito de levantarme de mi siesta rutinaria de verano era simple y tenía nombre muy rural, Warren. Era un chico que había salido de una pequeña finca a las afueras de Hawaii, aquellas zonas que nunca salía en las revistas ni en los anuncios, aquella zona que existe en todos las ciudades y que demuestran su decadencia. Warren había acudido al ejército con tan solo 10 años porque su padre empeñado en forman un campeón lo había aplastado y humillado hasta que se convirtió en la envidia del la cuadrilla, por sus músculos, su espalda, su inteligencia y su notable y palpitante miembro,  pero claro, que sabría el de mí, al ser un chico tan callado y serio apenas había podido rescatar información de él y su pasado, de sus gustos y de nada que pudiera ayudarme e hablar con él. Solo sabía que a esa hora, la hora punta que el sol me servía de alarma para levantarme, salía al pasillo que se encontraba entre nuestras puertas, que chocaban de frente, para hacer rutinas de ejercicio que por algún motivo que desconocía, siempre hacía ahí.

Mi intención no era mirarlo como si estuviera viendo la nueva gama de consoladores que había lanzado “PlatanoMelón” una semana antes, pero la única realidad verídica que había en ese momento era que de un momento a otro la puerta de enfrente se abriría y yo ya estaba con los puños cerrados esperando mientras apartaba la cortina de la ventanita de las que disponían todas las entradas del edificio.

Habían pasado apenas segundos cuando la puerta se tornó y un chico de pelo rapado, rubio, de ojos azules petado cual bombona y que si se ponía de lado ocupaba todo el pasillo, salía en su vestimenta de militar para disponerse a estar todavía más duro y tieso de lo que ya estaba. Solo había una cosa que debía hacer para que mi plan siguiera la rutina usual y era disimular mi encantamiento cuando veía rebotar su varita chocolatina “Lion” contra el envoltorio al correr. Nunca me había pillado observándole ya que solía hacer quehaceres sencillos mientras me comía esa barrita con la mirada. Pero esa vez fue diferente porque a medida que corría de manera sucesiva a lo largo del pasillo se saco la camiseta y la tiró justó en el pomo de mi puerta, puerta que por costumbre cuando estaba en casa no cerraba con llave. Fue entonces cuando se percató de que la puerta se estaba abriendo por culpa de su acción y en un intento de remediarlo me pilló con las manos en la chocolatina, o más bien con la mirada. No fueron necesarias muchas más explicaciones puesto que abrió la barrita como si nada.

Habían pasado apenas segundos cuando la puerta se tornó y un chico de pelo rapado, rubio, de ojos azules petado cual bombona y que si se ponía de lado ocupaba todo el pasillo, salía en su vestimenta de militar para disponerse a estar todavía más duro y tieso de lo que ya estaba. Solo había una cosa que debía hacer para que mi plan siguiera la rutina usual y era disimular mi encantamiento cuando veía rebotar su varita chocolatina “Lion” contra el envoltorio al correr. Nunca me había pillado observándole ya que solía hacer quehaceres sencillos mientras me comía esa barrita con la mirada. Pero esa vez fue diferente porque a medida que corría de manera sucesiva a lo largo del pasillo se saco la camiseta y la tiró justó en el pomo de mi puerta, puerta que por costumbre cuando estaba en casa no cerraba con llave. Fue entonces cuando se percató de que la puerta se estaba abriendo por culpa de su acción y en un intento de remediarlo me pilló con las manos en la chocolatina, o más bien con la mirada. No fueron necesarias muchas más explicaciones puesto que abrió la barrita como si llevara 3 meses sin comer azúcar y con un fuerte empujón me dejó contra la puerta de su piso mientras me acorralaba con una mano y con la otra cerraba la puerta del mío. Ahí estábamos Warren y yo, aguantándonos las miradas, él era un chico enigmático que no solía intercambiar muchas palabras con nadie que le conociera o que fuera completamente desconocido, pero su voz grave hizo que las paredes retumbarán contra mi espalda y se activara mi instinto de azúcar aún más. Mientras me miraba cuál chico que llevaba en abstinencia sexual 3 meses me preguntó -¿Te gusta mirar Natasha?- Desde luego ese no era mi nombre pero estaba claro que sabía a que me dedicaba porque ni una casualidad tan grande podrían haber borrado la sonrisa perversa que se le dibujo en la cara.

-Warren, que est…-

- No me llames Warren, llámame Guarro-

Entonces me giró duramente contra la pared mientras me quitaba la camisa y me agarraba como si fueran una pelota antiestrés las pera. No paraba de preguntarme, -¿Te gusta el frutifantástico eh, Natasha?- -¿Cuál es tu futa favorita?- Pero no me daba tiempo a responderle porque estaba demasiado concentrada en su juego de manos. El aprovechaba y baja sus pantalones lentamente y cuando su juiciosa tarea estaba terminada comenzaba a bajarme a mí el pantalón corto del pijama. Ese día llevaba las bragas de Hello Kitty puestas pero no puedo verlos porque había bajado el pantalón y las bragas a la vez, dándome a entender que no estaba dispuesto a esperar. Fue entonces cuando grito, -ALMAI-




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